martes, 29 de abril de 2008

He pecado (día 16)

He pecado tres veces. La primera fue el viernes pasado, a mi suculento meñique de la mano izquierda se le habia desprendido una puntita, tire de ella y me comi esa uña con un placer inmenso. Después vino la culpa, claro. Las otras veces fueron menos graves. La del anular derecho que habia crecido muy despareja practicamente me obligaba a emprolijarla con los dientes (al principio de este desafio de autosuperacion personal, digna de un libro de autoayuda [1], me habia propuesto hacer esto con un alicate, y lo hice un par de veces, pero ultimamente las ansias me vencen antes) y en uno de esos precisos cortes quirúrjicos me venció la fuerza del deseo y arranqué un buen pedazo. El último, el menos grave, fue un pedacito de la uña del índice derecho que se me quebró y tuve que amputar. Larisa dice que tengo que cortarmelas, que ya las tengo muy largas. Para mí se equivoca, aun hay varios milimetros entre el borde de mis uñas y el borde de mis dedos. Ella se deja malguiar por el grosor de la porción blanca de uña, lo que sucede es que tras años de desfigurarme los dedos he ido bajando la parte de la uña que está pegada a la carne (no estoy seguro si un no comensal [2] de uñas entendería este fenómeno del todo).

Pero por otro lado las demás uñas estan larguísimas, sobre todo las de mi mano izquierda. He disfrutado en estos días de pequeños grandes placeres como rascarme la cabeza, sacar la punta de un rollo de cinta scotch, raspar una tarjeta telefónica, levantar una moneda de 10 centavos.

En otro recorrido de la enkrateia, hoy empecé natación. Mi idea es ir todos los días una hora. Mi marca inicial fue de 26 piletas, muy poco, pero si se tiene en cuenta que hace un año y medio que no hago actividad física alguna y 3 años desde que dejé natación no es una mala marca. Notable la perdida de fuerza en los brazos y el cansancio que sufro en general. Supongo que en dos semanas volveré a nadar más o menos como antes y quien sabe si mi columna no retardará su proceso de encorvamiento.


[1] ¿Valdría la pena escribir un inane best-seller de 200 paginas cuyo título tentativo podría ser "Diario de un ex-comensal de uñas" o "Uña corta, uña larga" o "28 días sin uñas" o "No te comas las uñas!"? Quiero decir: ¿el dinero conseguido repararía el flagelo emocional e intelectual de haberle dado al mundo otro pedazo de mierda que masticar?
[2] A propósito de este lexema: la vez pasada utilicé el neologismo comedor de uñas sin percatarme en el uso común de comedor (como locativo). Comensal sería el uso más extendido pero no cuadra con lo que quiero expresar porque alude muy directamente a la comida. Por otro lado es una falacia decir que yo me comía las uñas porque por lo general el método constaba en morder una punta, arrancarla tirando (siguiendo la veta) y morderla entre los incisivos hasta reducirla a un polvo ensalivado que luego escupía. Mejor me cuadraría entonces el término mordedor de uñas, pero este suena demasiado extraño, incluso dejaría pensar que he mordido más que mis propias uñas (cosa que, obviamente, he deseado, puesto que morderse las uñas es también un acto erótico). Como verán es mucho más facil ser un bebedor o un drogadicto porque en principio se es algo, en cambio nosotros carecemos de una identidad establecida.

lunes, 21 de abril de 2008

Galileo Galilei

Omitiré mi reporte del BAFICI porque fue todo lo que intuía. Una película aburrida, en la que no pasó nada y solo se fueron acumulando significantes de escasa motivación (vi "El viaje del globo rojo"). Lo mejor, lejos, fueron las marionetas, el teatro dentro del cine. Les ahorraré también mis réplicas acerca del subtitulado en español (una proyección, sobre la proyección, en una letra casi transparente y encima desincronizada). Y para mi tranquilidad evite observar a la gente en los pasillos. Mejor hablaré de la actividad nocturna del sábado: la obra Galileo Galilei, escrita por Bertold Bretch, adaptada por Osvaldo Bayer, dirijida por Hector Alvarellos e interpretada por el grupo La Runfla, en Parque Avellaneda (sisi, fue al aire libre).

Los espectadores nos fuimos juntando en la esquina de Directorio y Lacarra hasta que a las 9 y pico nos indicaron que caminaramos siguiendo las antorchas. En efecto un recorrido estaba trazado con fuego hacia los adentros del parque (que es muy grande). Ademas de sucederse tres "estaciones" preambulares, la obra renuncia a la complaciencia butaqueril de los teatros. No es solo una pieza al aire libre, la utilización de la plaza como espacio escénico es acertada por donde se la mire. No solo por la ilusión de realidad que quizás puede generar (pasamos del estudio de Galileo a la plaza pública y no ruedan decorados sobre la misma pared del teatro sino que somos nosotros los que levantamos la silla y nos dirijimos hacia "la plaza pública"), sino sobre todo por el propio orden (mejor dicho, desorden) que la obra propone.

Podría hasta a animarme a decir que Galileo se nos presenta en la obra como el primer deleuziano. Su ímpetu no se contenta solamente con empujar al globo terraqueo del centro del universo para poner en su lugar al Sol. El impulso de Galileo, que hace pie en la hipótesis de Copérnico para salir disparado mucho más allá, no se limita a volver a trazar sistemas planetarios si no a vencer el peso muerto, estancado, medieval, que sobrevive hasta el renacimiento (hasta hoy). No se trata, pues, de un problema de autonomía (como podría pensarse en la línea: "dónde está Dios es problema de los teólogos") sino de un problema puramente político.

La puesta es muy clara en este sentido en su decision de elegir dos actores para representar a Galileo. El primero, quizás el más entrañable, no hace más que buscar una fuga a la maquinaria del estado: conseguir más dinero de la Universidad para poder investigar y al mismo tiempo mantenerse a resguardo de la Inquisición. Ninguna institución es mejor que la otra, la Iglesia le impide investigar por la condena del fuego y la Academia que lo proteje le da toda la libertad pero pagandole un magro sueldo que lo obliga a utilizar su tiempo libre en dar clases particulares en lugar de investigar. Más adelante, en Florencia, en la corte de los Medici, la misma Academia le dará la espalda dejando a las claras que el poder eclesiástico es el que valida su discurso. El punto más marcado de la represión del sistema iluminado del renacimiento coincide con la peste, que recluye a Galileo en su estudio, donde terminara con investigaciones claves.

En Roma, despues de la peste, se interpreta una escena brillante: los dos Galileos, el de la primera mitad de la obra y el que vendrá, presentan frente a dos cardenales su teoría contra las órbitas de cristal aristotélicas en un debate coreográfico en que la astronomía y la teología se cruzan en las bocas de los cuatro personajes. El desenlace es sorpresivo, la agudeza de Galileo se sobrepone a la necedad de los ofendidos cardenales y de allí se van los dos con el nuevo Galileo que, diremos, ahora es parte del sistema. A partir de allí Galileo será un personaje aún más complejo. La Iglesia debe aceptarlo porque sus descubrimientos se validan con las cartas de navegación que se desprenden de ellos, pero al mismo tiempo erosionan el poder de un mundo estanco, que empieza a moverse. Al mismo tiempo Galileo reconoce sus conquistas y sabe que no puede revelar todo lo que ha investigado porque las figuras que lo protegen no son más poderosas que la Santa Inquisición.

La pasión de Galileo está en abolir los centros del universo, que no son las Tierras fijas de Aristóteles y Ptolomeno, son los grandes centros de poder que monopolizan los discursos: la Iglesia que en realidad es sólo la garante del poder de los explotadores (relación manifiesta en el diálogo con Ludovico). Si no hay un centro, si hasta dudamos de la jerarquía del Sol, si la Tierra es como la Luna y como Venus, si "lo que hay allí arriba es igual a lo que hay aquí abajo" entonces no hay razón para tener amos ni sirvientes. El aprieto de Galileo comienza con la popularizacion de sus teorías (que escribe en italiano, no en latín), hecho reflejado en una maravillosa escena de teatro-dentro-del-teatro representada por los juglares en la plaza. Su línea de fuga corta uno de los hilos más gruesos del poder, es procesado y debe traicionarse. Pero el daño ya está hecho, ya no podrémos pensar en centros, como tampoco lo hace la obra, que nos obliga a movernos, a perdernos, a no reconocer un personaje, un escenario, un autor (¿Brecht? ¿Bayer? ¿Alvarellos?).

El final de la obra nos propone elegir entre dos frases de cada uno de los dos Galileos ("El que desconoce una verdad es sólo un tonto, pero el que la conoce y dice que es mentira es un criminal" y "Pobres de los pueblos que necesitan héroes"). Pero en realiad no hay oposición, no nos obligan a optar en el marco de una pasión por lo Dos, sino que se nos ofrece la multiplicidad de un mismo enunciado infinito, que incluso cada uno podría reformular.

El sábado que viene a las 21hs es la última función hasta septiembre, por cuestiones climáticas. Parque Avellaneda queda en Lacarra y Directorio (altura 4000). Creo que es Mataderos, yo me fui hasta allá porque Larisa tenía que verla para ILAC, si pueden vayan que está muy buena.

viernes, 18 de abril de 2008

Ahora podría ir a "Rasca y huele" (día 5)

Estoy pasando por los días críticos. Mis uñas se ven más suculentas que nunca. Si bien no he mordido, no puedo evitar acariciar con mis dientes la hendidura entre la pequeña uña que brota y la carne de mis dedos. Y eso es lo que me preocupa, no poder despegarme de eso. No es una mano linda lo que quiero, no son uñas largas. Es no tener que llevarme la mano a la boca, no ansiarlo con desesperacion. A día 5 el crecimiento ya es algo notable, supongo que alguna vez tuve una uña así de larga, pero ni en pedo a todas juntas como ahora.

De a poco trato de despegarme de la costumbre del esmalte. Por lo mismo, entretenerme sacando esmalte es tan malo como comerme las uñas. Pero el esmalte tiene un efecto disuasivo tambien, robustece la uña y el sentirla menos frágil no inspira tanto mi pasión mordedora. Por lo tanto no lo abandonaré del todo por el momento.

Desde ayer luché contra la tentación de morderme la del anular izquierdo que creció despareja elevando una puntita en su borde izquierdo. Finalmente hoy la corte con un alicate (experiencia completamente nueva u olvidada) y la tiré a la basura. Me sentí como un alcohólico tirando vodka por el lavatorio.

Es triste la vida del adicto. Necesitamos programas de 12 (o al menos 6) pasos como en La vida moderna de Rocko.

miércoles, 16 de abril de 2008

Bah...fici

No me llamen histérico. Mi relación con el cine es compleja. Por un lado, disfruto de películas como La ventana indiscreta, Flores Rotas o casi todo Kubrick. Por el otro detesto al cine como madre de la industria cultural. Por un lado reconozco que hay buenas películas. Pero por el otro no puedo entender que haya gente que ame el cine. ¿Cómo puede haber gente que mire 5 o 6 películas a la semana? ¿Cómo alguien podría voluntariamente abdicar de horas en las que se podría hacer algo más divertido y/o útil? Debo reconocer que no siempre fui tan duro en mi posición. He visto grandes bolazos onda El arca rusa para incursionar en el "cine arte" (categoría autocomplaciente, pestilente e imposible). He sido un convencido espectador del "cine europeo" (que es un equivalente, todavía más oligofrénico, de la etiqueta anterior). Hace un tiempo que casi todo lo que veo me exhaspera, me ahoga en un mar de pretenciones idiotas. Confieso que el último envión me lo dio la dureza de Link y su sobrio, pero hermosísimo, "odio al cine" en su primera clase de este cuatrimestre.

Yo no sé si odio el cine, pero sin dudas me pone nervioso. En serio. Es de esas cosas que, de no embarcarme en mis asuntos como Ismael, me harían ir por la calle golpeandole los sombreros a la gente. Por lo tanto mi tolerancia hacia el Bafici es ínfima. No soy el único que lo detesta, pero todos tenemos nuestras razones. Yo nunca fui, pero la sola idea de un festival de cine "independiente" me revuelve las entrañas. Sin embargo el sábado iré al Bafici-Abasto, no tanto porque mi novia me haya pedido que la acompañe (si, ella ama el cine, y yo la amo tanto a ella que se lo perdono) sino porque es momento de concretar una de dos: darme cuenta de que estoy equivocado o darle material a mi odio ideal.

Más allá de la pronta experimentación, mi hipótesis es que lo mejor del Bafici son sus publicidades.




martes, 15 de abril de 2008

Autoantropofagia

Dicen que me como las uñas porque mi viejo me correteaba para cortarmelas cuando era pendejo. O por fijación oral. Lo mismo me da, he decidido dejar de ser un individuo determinado: desde hoy dejo de comerme las uñas. Acá una foto de mi estado de la cuestión:


Como método para dejar el vicio me pinto las uñas. No tienen feo gusto ni nada, el solo hecho de tener una lamina más entre el afuera y el adentro me entretiene. Hoy, primer día, casi ni las toqué y solo en un rapto de aburrimiento en el bondi a casa me puse a sacarme la capa de esmalte con los dientes.

J me preguntó por qué. Le contesté que porque quedaba feo, pero lo dije porque eso es lo que siempre me dijeron, entonces enseguida me corregi: "es para cortar con la ansiedad". La verdad es que ni siquiera sabía porque lo hacia hasta que Ariel me lo preguntó, pero como excusa ésa suena bien. A la mañana me pinté las uñas porque había masacrado a mi meñique derecho y le venian bien unas capas de esmalte artificial para que no me doliese (estos días venía muy lastimado, incluso me molestaba para escribir, dada mi técnica particular). Ya que estaba pinté las otras.

Conoci dos personas mayores que se comían las uñas. Un amigo de mi papá (al que también le faltaba un dedo y me decía que se lo habia comido para disuadirme de que dejara) y una vieja que se llamaba Lavinia y vendia anillos en San Bernardo. Y conozco solo una persona que dejó de comerselas de grande: Pequeña Julieta. Según estos magros datos estadísticos tengo más chances de acabar en el primer grupo, más si se piensa que Ju puede caer en el vicio en cualquier momento. Porque podés no comerte las uñas, pero sos un comedor de uñas por toda tu vida.

"Cortar con la ansiedad" no me salió de la nada. Hace un par de meses que mi imaginario del desastre (ya que tiene buenas categorías, aunque mal, vamos a usárselas) está que explota. Deliro con probables asaltos, choques fatales, muertes estúpidas. No paro de temer catástrofes. ¿Por qué? ¿Acaso por las noches soy insomne y veo C5N? ¿La impenetable oscuridad me achicó el corazón? ¿El gozar de mi vida como nunca me hace temer perderla? No, solo soy víctima de un fenómeno generalizado: me hago más grande y me hago más puto.

lunes, 7 de abril de 2008

Cinco relatos y un tema

El primer relato se llama Odio a los proveedores de internet. Empieza hace un par de semanas con mi conexión que se cae cada cinco o seis horas y que no vuelve hasta dentro de cinco o seis horas. Mi hermano viene a casa y me comenta que ni de Flash ni de Arnet le fueron a instalar internet. Experto en putearse con telemarketers, me pregunta si llamé al servicio técnico. Le contesto que es al pedo porque hasta que me solucionan algo ya me volvió el servicio. "Además -agrego- no estoy de humor para hablar con cordobeses". El me dice que no son todos cordobeses, que son cabezas nomás, que no sirven para nada más y que por eso son telemarketers. Yo le digo que no se si tan así, pero seguro que de computadoras no saben nada. Pero que sí, que inspiran un odio tremendo, porque desde el escalafón más bajo las companías de internet te están cagando. Mi hermano sentencia "el día que les pongan una bomba yo no voy a llorar". Asiento. Con la vuelta del servicio unas horas más tarde Ale me pide prestada la máquina para abrir sus mails. Entre ellos me muestra un archivo de power point con las fotos de un accidente de ruta. Las imágenes son brutales, parece la escena de una explosión. El horror hace descender mi furia de horas atrás, cuando no tenía escrúpulos ni internet.

El segundo relato se llama No existen las cosas que no se quieren saber, sólo existen las cosas que no se querían saber. Empieza con Larisa viajando a Trenque Lauquen, la noche anterior nos peleamos por supuestos intereses dispares. A la mañana siguiente Alejandro me muestra las fotos de un accidente de tránsito. El mismo mecanismo sádico que me impide no mirar a los linyeras semidesnudos por las plazas, las mujeres gordas amamantando en colectivos y los perros arrollados en la calle imposibilita que pese al horror que me causan las imágenes tenga los ojos fijos en la pantalla y aunque balbucee un "ay" o apriete los dientes en una dolorosa sibilante no puedo decirle a mi hermano que lo saque de la pantalla. La intriga es oscura y con alimento tan renegrido no puedo más que sucumbir a elevar la temperatura de mi enfermedad de espíritu. Las imagenes vuelven con frecuencia a mi mente y no puedo evitar pensar en lo siniestro hasta ahora.

El tercer relato se llama La pasión por lo Real. En Siglo XX se mezclan las lecturas de Badiou y Benjamin, más precisamente El Siglo y "El narrador". El jueves, licuando ambos textos, se habla en prácticos de la mudez de los que realmente llegaron al fondo de la experiencia en los campos de batalla de la Gran Guerra. El rostro de la muerte determina nuestro concepto de eternidad, la pérdida de la muerte en nuestras vidas condena al arte de narrar al olvido. Todo nos parece eterno, la sabiduría del pasado es despreciada y la historia vivida no cobra la significación inolvidable que otorga el gesto de la muerte. Algo así dice Benjamin. Mi hermano Alejandro me muestra primeros planos al rostro de la muerte. Diría, desde Badiou, que mi fascinación por ver esos cuerpos desfigurados e inmóviles es la prueba definitiva de la pasión por lo Real. Si hemos planteado la historia universal como la busqueda boba por lo Real detrás de las profundidades algodonadas de la ilusión, si todo lo que aparenta realidad es lo que está bajo sospecha de ser falso, de ser semblante; ahí estan esos cuerpos. La nada (la muerte) es lo único libre de sospecha: "no se puede hacer semblante de la muerte". Ninguna muerte más creible que aquella, lejos del maquillaje de los velorios, dos cuerpos atravesados por la violencia, desmembrados y deseminados por 300 metros de ruta. El que sacó esas fotos, presumiblemente antes de que llegue la policia, venció al horror solo para poder registrar eso, eso tan putamente Real. Aquí estoy yo ahora, narrando.

El cuarto relato se llama El principito. El sábado a la tarde Alejandro me muestra las fotografías de un sangriento accidente automovilístico. El domingo a la noche leo El Principito y el fin de semana se va al carajo, me inunda la más metafísica de las tristezas. Una tristeza con horror. "Ese encuentro entre un niño psicótico y un aviador minusválido" me deprime profundamente. No es que yo sea menos duro y más trágico de lo que quiero demostrar. No es que, como decía Marco robandole a Cortázar, me duela el mundo. Es la catástrofe de una vida infestada de rencores y esperanzas pelotudas lo que me inclina a pensar que de ver más de esas muertes brutales día a día, de experimentar frente a mis ojos esos pedazos de materia gris untados por todo el gris asfalto, de oler la mezcla séptica de hemorragias internas y externas, de tener frente a mí esa columna vertebral vacía esperando la cabeza de goma de un muñequito o la cara de ese tipo de veintipico de años sobre sus piernas mientras que el resto de su cabeza apoyada contra el respaldo del asiento revela el quilombo de musculos, sangre y nervios que somos todos por adentro; quizás viendo seguido la crudeza amarillenta de un cuerpo coagulado que irrumpió con violencia contra el chasis de un camión comprenda que pese a la separación de las piezas lo único que se suprime en una muerte es el absurdo peso de lo simbólico del que nos cargamos. Es que lo esencial es tan visible a los ojos.

El quinto relato se llama Clarice Lispector y las formas vigentes. Empieza con Ale mostrandome las fotos de un accidente...

martes, 1 de abril de 2008

Deuda de entrada puaner

La entrada en cuestion iba a hablar sobre mi patinada con latinoamericana 2, como para cerrar la historia. Seré breve porque me aburrió contarlo ya: la noche anterior no dormí por llevar un ritmo medio loco y tener el cerebro saturado de mate, Ferro impugno mi tema preparado (Argentina-Cuba y la articulacion ética-estética) así que tuve que improvisar con muy mala fortuna. Seguí cayendo hasta Huidobro (aunque con Palacio creo que tuve una ráfaga de aciertos) tratando de resistir a la malísima predisposicion de Roberto Ferro, Elsa Noya y una mina más que no sé como se llama. Sin embargo he de decir que fueron pacientes y en la nota final tuvieron misericordia: me bajaron solo un punto la nota de cursada.

Ando medio desganado con la carrera después del traspié, pero los teóricos de Link vienen enciendiendome de a poco, al punto de que hoy le propuse a J animarnos a preparar algo para el Congreso de Teoría y Crítica que va a haber en agosto en la facultad. Como para probar, después de Tandil. Ah, en Tandil fue el Congreso de Literatura Estadounidense al que fuimos con la cátedra de Norteamericana, de la mano de Costa Picazo.

Sobre la cursada, además de Siglo XX estoy haciendo Lingüística interdiciplinaria, que vaya uno a saber que me deparará. Como el Cefyl funciona como el orto por los cortes de luz me está costando conseguir apuntes (curso casi todos los días en hora pico) así que no estoy muy al tanto de lo que sucede con Interdiciplinaria.

Y quizás la única novedad feliz en un cuatrimestre donde curso con pocos (aunque buenos) amigos es que Larisa empezó a cursar Artes y a veces nos cruzamos y tortoleamos un rato. Claro que mi maestría en torrent me esta valiendo el bajar toneladas de películas para su ILAC...