martes, 19 de mayo de 2009

Forma gaseosa

Lunes por medio salgo del práctico de Filosofía del lenguaje sintiéndome estúpido. Sí, la materia es difícil, al menos para mí, las clases son complicadas, abundan las explicaciones y yo desaparezco en una marea alta de categorías. Algunos de esos lunes a la humillación intelectual la acompaña un agudo dolor de cabeza. La verdad es que no pensaba que Quine resultase ser tan inaccesible para mí. Pongamosle que Frege es demasiado matemático para un pobre estudiante de Letras. Pero ¿Quine? ¿Apelando a nociones antropológicas y defendiendo al conductismo por los caminos más absurdos? Por alguna razón se me escapa lo importante de esta materia, todos hablan de problemas epistemológicos y ontológicos mientras yo me pregunto cómo saltan los filósofos a sus conclusiones.

Realmente, desde algunas clases oscurantistas de TyAL (las de Delfino, por ejemplo) no me pasaba esto. Supongo que se debe al cambio de registro, debo estar acostumbrado a la jerga de letras mientras que mis compañeros estan sumergidos en la lógica de la filosofía.

Hay algo que me estoy perdiendo. Ése es un pensamiento corriente. De repente la profesora llama por su nombre a un alumno y yo (que voy a todas las clases y me siento adelantedetodoporquenoquieroserburro) estoy seguro de que nunca se lo preguntó. ¿Cómo lo sabe? ¿Hay otro práctico al que yo no asisto? ¿Una clase de iniciados para la cual no califico? ¿Dónde discuten los filósofos analíticos sus problemas? ¿Por qué insisten ante mis ojos con una clase guionada de preguntas y respuestas sin sentido?

Ser estúpido es como si el cuerpo se volviese etéreo y ya no se pudiera asir ningún objeto. Ahí está el conocimiento, pero cualquier intento de agarrarlo es una sacudida en el aire, un zarpazo inútil. Soy una forma gaseosa, una sombra.

Lo frustrante: me encanta esta puta materia.