viernes, 7 de junio de 2013

Gritar

Mis viejos nunca me levantaron la mano, siempre que me tuvieron que cagar a pedos me mantuvieron a raya con la potencia de sus gritos. Mi vieja es gritona. Mi viejo es super tranquilo, por eso el grito de mi viejo era como cuando Shaka abre los ojos. Como resultado de una crianza efectiva odio los gritos y me pone muy nervioso cuando la gente levanta la voz en una discusión. Por tanto, como no puedo fajar a mis alumnos y no quiero levantar la voz, trato de cagarlos a pedos mediante técnicas disuasivas como "les voy a dar tarea y les va a caber", "cada día que se portan así agrego una pregunta al parcial", todo dicho con la mejor voz de pancho. Trato de no cumplir con esas amenazas, porque no quiero ser gorra y porque (honestamente) implicaría laburar más por el mismo sueldo. A veces lo cumplo, no obstante. De todas formas, como la mayoría de los docentes sabe, esta estrategia eventualmente deja de surtir efecto (sobre todo con los grupos menos razonables) y, previo quedarse de brazos cruzados esperando que hagan silencio solos y golpear el borrador contra el pizarrón, uno no tiene más alternativa que gritar. Yo tengo una voz muy potente y grave, no hay forma que puedan pasar por encima de mi grito cuando la uso en su máximo volumen. De hecho fue bastante sorprendente para mí descubrirme capaz de llegar a esos decibeles. Cuando recurro al grito mis alumnos suelen recular. Se quedan callados y se enderezan, movidos por un repentino miedo animal muy explicable. Pero gritar me hace mierda. No físicamente sino emotivamente: me pone susceptible, intolerante, vulnerable. No grito porque me saco, me saco porque grito. Gritar es un final blow que me consume HP.