jueves, 28 de julio de 2011

Otro epílogo para Cárcel de amor

Comulgo con aquellos que no toleran los puntos finales. Descontento con su amargo desenlace, Nicolás Ñúñez escribió en 1496 un epílogo a la Cárcel de amor de Diego de San Pedro. Allí Laureola rompía el silencio y exponía su tragedia, revelando su amor desgarrador hacia Leriano y lamentando, desconsolada, el suicidio del cautivo macedonio. Ese epílogo fue incorporado en las ediciones que siguieron hasta casi olvidarse que no se trataba de la pluma de Diego de San Pedro.

Si me fuera dado reescribir ese epílogo ahora, me concentraría en dos aspectos. Primero, en el deseo de Laureola de visitar el sepulcro de Leriano. La princesa no podría visitar la tumba del noble: si lo ha amado, los mismos motivos que la obligaron a negarse a su cariño le impiden llorar públicamente su muerte; si nunca lo quiso, la visita a la tumba del piadoso héroe podría tener un fin redentor, pero solo conseguiría manchar el honor que su silencio mantuvo blanco.

El segundo aspecto es la lectura de las cartas de Leriano. ¿Qué palabras cobran mayor valor que las de un difunto? En su encierro hilandero, en esa torre de princesa aburrida, solitaria, Laureola solo podría leer y releer las epístolas del joven caballero fenecido. Acrecentando su pena a cada instante, con cada cumplido, lamentando el final que ella no supo remediar. Acaso algunas noches prolongadas se preguntará si todo no fue un sueño, y mirará el trazo del joven muerto para convencerse de que todo efectivamente ha sucedido (es la flor de Coleridge, la que prueba la realidad de lo fantástico, yo tengo un libro que me devolvieron, quién sabe).

Me gustaría, en ese relato imaginado, que Laureola se enamore de Leriano póstumamente, que ya no pueda huir de su sombra y que finalmente, tan imbécil como el propio Leriano, se arroje a una hoguera abrazada a las cartas.

miércoles, 13 de julio de 2011

Dibujos viejos, interpretaciones nuevas

Veo una pintura bizantina en la que hay un tipo acostado en un lecho de cemento y otro parado a sus pies que se supone es su asesino, ambos en una cámara mortuoria cristiana oriental, muy adornada, marrón y dorada. El asesino no sabe que en realidad el tipo acostado finge su muerte, y que en cuanto se dé vuelta el muerto lo va a tomar del cuello con dos manos vigorosas y los va a estrangular ahi nomás. Ambos tienen los ojos abiertos, el asesino mira al muerto, el muerto mira al techo. Esa tensión me fascina.
El titular de cátedra (Rodríguez Otero) propone otra interpretación en su teórico y dice que el hombre en el sarcófago es Trinchero (de hecho se parece muchisimo, pienso). Todos los alumnos ríen.
Después en una charla con mate en casa le muestro el grueso libro en el que tengo una reproducción del cuadro a mi viejo, a una conocida y a una desconocida.
Discutimos los cuatro sobre su composición.

viernes, 8 de julio de 2011

La amistad y la cuestión nacional

Estabamos en El Carguero con Iván y Ramiro. Era el año 2006, creo. Ramiro llevaba la bufanda cruzada a medias y los tres teníamos vino en el vaso. Hablábamos de literatura, seguramente. Iván nos cuenta de la visita de un escritor foráneo (no recuerdo cuál, no quiero buscarlo) que al marcharse del país le preguntaron cual era su opinión de los argentinos y contestó: "los define su único anagrama".
Voraces, Ramiro y yo sacamos lapicera y papel para descubrir el misterio. Nimbo se hacía el distraído, nosotros tachábamos letras.

A R G E N T I N O S

Mirando el papel y repasando las cuentas nos reimos un rato. Iván develó el pensamiento de ¿Vargas Llosa? ¿Arguedas?:

I G N O R A N T E S

Ramiro dijo algo así como que mi armado era más feliz y que debíamos difundirlo. Me pregunto si seguirá reescribiendo la historia para los pájaros; estoy seguro de que sí y que de alguna forma yo hago lo mismo. Hace poco estuve tentado de mandarle un mail. No fue la primera vez ni es la única persona con la que me pasa. Quizás debería escribirle primero a él y después ver si vale la pena mandarle viento a los demás. Sería lo mejor. Además, Ramiro es uno de los mejores contestadores de mails que conozco.
Mi respuesta había sido:

I N T E G R A N O S

Iván también la consideró superior a la del soberbio escritor latinoamericano.