Mi amiga Luján se muda. Se muda y toma una medida drástica, idealista y muy utilitaria. Está revisando todas las cosas que tiene en su cuarto para llevarse lo estrictamente necesario a su nuevo hogar. Lo demás, lo tira. No me veo como la clase de persona que se muda. Luján me confesó que ella tampoco, pero que le tocó. Desde que nací vivo en esta casa que construyó mi abuelo (bueno, también varios albañiles) en las orillas de Temperley ['temperlei], entre la estación y el partido separatista de San José. Uno de los sueños recurrentes de esta familia es la migración hacia la capital, sueño que en alguna medida se ha cumplido con mis hermanos viviendo allá desde mediados de este año.
Claro que yo también comparto ese ideal: deliro por no viajar entre trenes y subtes 3 horas por día para ir a la facultad, no depender del Roca para llegar a cualquier punto de la capital, no tener que planear el salvataje de las horas perdidas en transporte de antemano, no esperar colectivos que nunca llegan a las 4 de la mañana para volver. Sin embargo, cada vez más, disfruto la sustancialmente baja densidad poblacional del sur. Lo mismo que las comodidas suburbanas: tener una casa con fondo, árboles, parrilla, una pileta, poder hacer una reunión con 15 amigos y que todos estén cómodos. Mi vida está atravesada por los dos espacios, las dos formas de vida. Amigos acá y allá, familia acá y allá, responsabilidades acá y allá. Mis constantes sueños sobre trenes, subtes y colectivos tienen que ver con esta neurosis de vivir entre dos ciudades, una al alcance de la mano de la otra, obligandome a migrar todos los días.
Mi mamá tambien vive desde que nació en esta casa y es la que despotrica con mayor frecuencia contra la vida en la periferia. Sin embargo trabaja dentro del partido de Lomas y la mayoría de sus amigos vive por acá. Yo no creo que ella pueda mudarse, no muy lejos, por lo menos.
Luján tira todo en serio. Me dijo que vaya a su casa y rescate lo que quiera de los libros que piensa tirar. Obviamente yo planeo llevarme todos porque, si bien no creo ser de las personas que pueden mudarse, sí sé que soy de las personas que no pueden desprenderse fácilmente de las cosas, muchísimo menos de los libros.
Claro que yo también comparto ese ideal: deliro por no viajar entre trenes y subtes 3 horas por día para ir a la facultad, no depender del Roca para llegar a cualquier punto de la capital, no tener que planear el salvataje de las horas perdidas en transporte de antemano, no esperar colectivos que nunca llegan a las 4 de la mañana para volver. Sin embargo, cada vez más, disfruto la sustancialmente baja densidad poblacional del sur. Lo mismo que las comodidas suburbanas: tener una casa con fondo, árboles, parrilla, una pileta, poder hacer una reunión con 15 amigos y que todos estén cómodos. Mi vida está atravesada por los dos espacios, las dos formas de vida. Amigos acá y allá, familia acá y allá, responsabilidades acá y allá. Mis constantes sueños sobre trenes, subtes y colectivos tienen que ver con esta neurosis de vivir entre dos ciudades, una al alcance de la mano de la otra, obligandome a migrar todos los días.
Mi mamá tambien vive desde que nació en esta casa y es la que despotrica con mayor frecuencia contra la vida en la periferia. Sin embargo trabaja dentro del partido de Lomas y la mayoría de sus amigos vive por acá. Yo no creo que ella pueda mudarse, no muy lejos, por lo menos.
Luján tira todo en serio. Me dijo que vaya a su casa y rescate lo que quiera de los libros que piensa tirar. Obviamente yo planeo llevarme todos porque, si bien no creo ser de las personas que pueden mudarse, sí sé que soy de las personas que no pueden desprenderse fácilmente de las cosas, muchísimo menos de los libros.