La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda –y no de quien parte--: yo, siempre presente, no se constituye más que ante tú, siempre ausente. Suponer la ausencia es de entrada plantear que el lugar del sujeto y el lugar del otro no se pueden permutar; es decir: “Soy menos amado de lo que amo”.
2. Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa). Es la Mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta; las Hilanderas, los Cantos de tejedoras dicen a la vez la inmovilidad (por el ronroneo del Torno de hilar) y la ausencia (a lo lejos, ritmos de viaje, marejadas, cabalgatas). Se sigue de ello que en todo hombre que dice la ausencia del otro, lo femenino se declara: este hombre que espera y que sufre está milagrosamente feminizado. Un hombre no está feminizado porque sea invertido, sino por estar enamorado. (Mito y utopía: el origen ha pertenecido, el porvenir pertenecerá a los sujetos en quienes existe lo femenino.)
5. Dirijo sin cesar al ausente el discurso de su ausencia; situación en suma inaudita; el otro está ausente como referente, presente como alocutor. De esta distorsión singular nace una suerte de presente insostenible; estoy atrapado entre dos tiempos, el tiempo de la referencia y el tiempo de la alocución: has partido (de ello me quejo), estás ahí (puesto que me dirijo a ti). Sé entonces lo que es el presente, ese tiempo difícil: un mero fragmento de angustia.
[Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso]
*
La razón definitiva que me ata aquí es Kiki. Ultimamente quiero que esté conmigo todo el tiempo. Anoche descubrí que lo amo. Llegó tarde. Yo había estado durmiendo, todavía somnoliento, sin saber con certeza qué me cuenta. De repente me doy cuenta de que me está describiendo con todo detalle los diseños que está decidido a tatuarse en esa hermosa piel de bronce marrón de su pecho, hombros y brazos. Le acaricio con mis manos durante horas mientras ronronea en su sueño como un gato satisfecho.
[William Burroughs, carta a Allen Ginsberg del 26 de agosto de 1954]
*
En cuanto se han marchado, el presidente me ha hecho una escena inaguantable diciendo que yo había dormido con ellas durante su ausencia, lo que es absolutamente falso ya que no las había visto al menos desde hacía cinco años. Tras haberme roto un plato en la frente se ha arrojado a mis pies pidiendo perdón. He intentado convencerle de que se fuera a la cama y me ha acusado de querer envenenarle mientras dormía. Le he asegurado que no y ha vuelto a pedirme perdón. Le he acariciado un poco la cabeza y parece que esto le ha apaciguado porque se ha dormido con la cabeza entre mis rodillas.
[Copi, El uruguayo]
*
Todo el lenguaje humano no es más que un estancamiento luego del silencio del deseo.
Si leemos a Fronto, el logos surge de la boca como el esperma en el extremo del fascinus.
Si le creemos a Marcus, el tiempo gotea como sangre en el vacío de los astros.
[Pascal Quignard, Retórica especulativa]
*
Ayer, domingo, Oliver G. vino a comer; dediqué a la espera y al recibimiento el especial cuidado que revela, por lo general, que estoy enamorado. Pero, ya mientras comíamos, su timidez o su distanciamiento me intimidaron; ninguna euforia en la relación, ni de lejos. Le pedí que viniera a mi lado, a la cama, mientras dormía la siesta; acudió muy amablemente, se sentó en la orilla, leyó en un libro ilustrado; su cuerpo estaba demasiado lejos, cuando alargué mi brazo hacia él, no se movió, encerrado en sí mismo: ninguna complacencia; y acabó por marcharse a la otra habitación. Me invadió como una desesperación, tenía ganas de llorar. Me pareció evidente que iba a tener que renunciar a los chicos, porque no existe ningún deseo de ellos hacia mí, y porque yo soy demasiado escrupuloso, o demasiado torpe, para imponer el mío; creo que éste es un hecho indiscutible, avalado por todas mis tentativas de flirt, que mi vida es triste, que, bien mirado, me aburro, y que es necesario que expulse este interés, o esta esperanza, de mi vida. No me van a quedar más que los taxi-boys.
He tocado un poco el piano para O., a petición suya, a sabiendas de que acababa de renunciar a él para siempre; tiene bonitos ojos y una expresión dulce, suavizada por los cabellos largos: he aquí un ser delicado pero inaccesible y enigmático, tierno y distante a la vez. Luego le he dicho que se fuera, con la excusa del trabajo, y la convicción de que habíamos terminado, y de que, con él, algo más había terminado: el amor de un muchacho.
[Roland Barthes, Noches de París]
2. Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa). Es la Mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta; las Hilanderas, los Cantos de tejedoras dicen a la vez la inmovilidad (por el ronroneo del Torno de hilar) y la ausencia (a lo lejos, ritmos de viaje, marejadas, cabalgatas). Se sigue de ello que en todo hombre que dice la ausencia del otro, lo femenino se declara: este hombre que espera y que sufre está milagrosamente feminizado. Un hombre no está feminizado porque sea invertido, sino por estar enamorado. (Mito y utopía: el origen ha pertenecido, el porvenir pertenecerá a los sujetos en quienes existe lo femenino.)
5. Dirijo sin cesar al ausente el discurso de su ausencia; situación en suma inaudita; el otro está ausente como referente, presente como alocutor. De esta distorsión singular nace una suerte de presente insostenible; estoy atrapado entre dos tiempos, el tiempo de la referencia y el tiempo de la alocución: has partido (de ello me quejo), estás ahí (puesto que me dirijo a ti). Sé entonces lo que es el presente, ese tiempo difícil: un mero fragmento de angustia.
[Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso]
*
La razón definitiva que me ata aquí es Kiki. Ultimamente quiero que esté conmigo todo el tiempo. Anoche descubrí que lo amo. Llegó tarde. Yo había estado durmiendo, todavía somnoliento, sin saber con certeza qué me cuenta. De repente me doy cuenta de que me está describiendo con todo detalle los diseños que está decidido a tatuarse en esa hermosa piel de bronce marrón de su pecho, hombros y brazos. Le acaricio con mis manos durante horas mientras ronronea en su sueño como un gato satisfecho.
[William Burroughs, carta a Allen Ginsberg del 26 de agosto de 1954]
*
En cuanto se han marchado, el presidente me ha hecho una escena inaguantable diciendo que yo había dormido con ellas durante su ausencia, lo que es absolutamente falso ya que no las había visto al menos desde hacía cinco años. Tras haberme roto un plato en la frente se ha arrojado a mis pies pidiendo perdón. He intentado convencerle de que se fuera a la cama y me ha acusado de querer envenenarle mientras dormía. Le he asegurado que no y ha vuelto a pedirme perdón. Le he acariciado un poco la cabeza y parece que esto le ha apaciguado porque se ha dormido con la cabeza entre mis rodillas.
[Copi, El uruguayo]
*
Todo el lenguaje humano no es más que un estancamiento luego del silencio del deseo.
Si leemos a Fronto, el logos surge de la boca como el esperma en el extremo del fascinus.
Si le creemos a Marcus, el tiempo gotea como sangre en el vacío de los astros.
[Pascal Quignard, Retórica especulativa]
*
Ayer, domingo, Oliver G. vino a comer; dediqué a la espera y al recibimiento el especial cuidado que revela, por lo general, que estoy enamorado. Pero, ya mientras comíamos, su timidez o su distanciamiento me intimidaron; ninguna euforia en la relación, ni de lejos. Le pedí que viniera a mi lado, a la cama, mientras dormía la siesta; acudió muy amablemente, se sentó en la orilla, leyó en un libro ilustrado; su cuerpo estaba demasiado lejos, cuando alargué mi brazo hacia él, no se movió, encerrado en sí mismo: ninguna complacencia; y acabó por marcharse a la otra habitación. Me invadió como una desesperación, tenía ganas de llorar. Me pareció evidente que iba a tener que renunciar a los chicos, porque no existe ningún deseo de ellos hacia mí, y porque yo soy demasiado escrupuloso, o demasiado torpe, para imponer el mío; creo que éste es un hecho indiscutible, avalado por todas mis tentativas de flirt, que mi vida es triste, que, bien mirado, me aburro, y que es necesario que expulse este interés, o esta esperanza, de mi vida. No me van a quedar más que los taxi-boys.
He tocado un poco el piano para O., a petición suya, a sabiendas de que acababa de renunciar a él para siempre; tiene bonitos ojos y una expresión dulce, suavizada por los cabellos largos: he aquí un ser delicado pero inaccesible y enigmático, tierno y distante a la vez. Luego le he dicho que se fuera, con la excusa del trabajo, y la convicción de que habíamos terminado, y de que, con él, algo más había terminado: el amor de un muchacho.
[Roland Barthes, Noches de París]