Hablar de la pérdida de Bordeaux es casi una forrada. Implicaría intentar dar vueltas alrededor de una falta cuyo objeto ha sido tocado lateralmente en muchos textos de este blog, pero sin llegar a su centro, a su punto nodal, su cruce elemental de sensaciones cálidas y apropiación metódica. Bordeaux llegó a constituir hace tiempo el espacio único de pertenencia para un grupo que parece preexistente a todas las cosas pero se conformó precisamente ahí. Y más notoriamente, el espacio obligado para el inicio de cualquier experiencia de los últimos dos años. Cualquier intento de explicar la dimensión de su ausencia cae irremediablemente en la triste anéctoda, en la melancolía premeditada, en la perversión de sentido. Aún así necesito llenar la falta con cualquier mierda que pueda elaborar, aunque sea para asimilar el nuevo tiempo que se asoma.
2
Escribo este texto al final del primer fin de semana (¿cómo podrían contar las horas de un domingo privado siempre de esas mesas de madera?) en el que nuestro recorrido tuvo que ignorar el bar de Juan. La negación todavía es la salida predominante, todavía no concebimos el fondo de nuestro desencanto y es apenas una tristeza anticipada la que nos gobierna. La angustia domina nuestro sentir por los fines de semana que vendrán. Por ahora podemos engañarnos con que no fuimos a Bordeaux por nuestra cuenta.
3
Iván y yo nos conocimos un sábado de mayo en Acero. Creo que nos encontramos allá dos o tres veces, más no. Después lo clausuraron y el bar alterno se mudó a Adrogué (no sé si todavía existe). Enseguida nos cambiamos a Kenk, quizás donde nuestra amistad se forjo, entre el florista y nuestra predilección por los personajes recurrentes de conversación extravagante. Kenk cerró en enero de 2006. A partir de entonces vivimos una etapa de transición entre Blackbird, Ravens (dos bares que eran otra cosa de lo que son hoy) y El Carguero. La tía (El Carguero), así como todo Burzaco, nos acobijó un tiempo intermitente, pero fue gracias al Duque que encontramos el nuevo hogar: Bordeaux.
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"Al tipo de la barra le pedí una carta y me dio un ancho de espadas", esa fue la primera noticia que tuvimos de Juan en boca del Duque, millones de momentos antes de que todo nuestro universo de relaciones nocturnas proliferará a partir de la constelación de ese bar. Al principio nos sentábamos en las mesas de abajo, una pequeña depresión de tres metros por tres metros cerca de las ventanas, con el tiempo la barra se hizo nuestro lugar. Juan se convirtió en el cantinero de nuestros sueños, una figura paterna señuelo y, sin pensarlo demasiado, en nuestro amigo.
5
Un viernes o un sábado hasta hace una semana empezaba con la llegada espaciada de cada uno de nosotros (con algunas faltas esporádicas). Chops pesados, mesas pesadas, sillas pesadas, la mejor conversación, la música que nosotros mismos grabamos en un total de 7 cd's compilados. "Alabama song" se convirtió en nuestro himno. En los cumpleaños nuestro staff que siempre osciló entre las cuatro y las diez personas aumentaba hasta los 30. Cualquiera sabía que un finde a las 2 de la mañana estaríamos ahí.
6
Ayer estuvimos en McNolo jugando rol y más tarde fuimos a una fiesta. McNolo se volvió casi tan inevitable como Bordeaux en los últimos meses, un boliche cada tanto no nos vino mal. Hoy fue la casa de Luján y luego Ludoviko, absurdamente transformado en un bar con luz y música electrónica. Recién a las 3 am con las luces apagadas y una banda de mierda nos quitó un poco la desolación. Largos momentos mirándonos, con la música tapando nuestros pensamientos del exterior pero nuestras miradas haciendolos palpables para los otros, sostuvieron la noche hasta el quiebre de la mina del gorro gris que yo comparé injustamente con The Shags.
7
Comprendemos que esta dinámica no se sostiene. ¿Qué nos queda? ¿Mixo con su espacio reducido y rock nacional? ¿Blackbird, transfigurado hace tiempo en un borrador de Ravens, con música bailable y atestado de gente? ¿Explorar Tahití o algún bar motoquero? ¿Resignarnos al medio gusto del nuevo Ludoviko? ¿Revivir la transición de la tía en su incomodidad burzaquense? Estamos desterrados en una ciudad que perdió sus bares fundamentales: aquellos que cobijaban borrachos dispuestos a confraternizar con cualquiera y que consentía constantemente.
8
Creo que lo único que nos queda es ceñirnos a la simpatía que ultimamente nos generó El viejo correo. Más allá de la música más fuerte y la concurrencia de una clientela más adolescente, mantiene algo del orden de Bordeaux, una suerte de atmósfera local, diferenciada del anonimato o la superficialidad extrema de cualquier otro bar. Creo que detestamos la despersonalización generalizada de los demás lugares para pasar la noche, ese tiempo de lo nimio y lo eterno que formamos como nuestra fuente de experiencia vital. Aunque todo cambie supongo que la mística de todas formas va a perdurar, un bar nos juntó para siempre. Ahora tenemos que encontrar la forma de sobreponernos al desarraigo.
9
Personalmente atravieso (verbo topográfico indicadísimo) una crisis de los espacios y el golpe de Bordeaux no se me puede atenuar. Siempre fuimos concientes de la función predominante que cumplía Bordeaux en nuestra vida (presumiblemente inverosimil para el lector de esta página) y siempre temimos el fin del regocijo semanal; sin embargo la catástrofe siempre es inesperada y la pesada liviandad de lo real nos mantiene en vilo, sabemos que Juan abre un bar en Mendoza y que nosotros nos vamos a comer la cabeza en la ciudad tercera. Termino esto cuando mi tío me pide un vaso de agua y de reojo se me asoman los relámpagos por la ventana. Durante todo este tiempo no dejé de preguntarme a dónde ir, sabiendo que nuestro destino no incluirá un bar donde se puedan embriagar caracoles.
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Escribo este texto al final del primer fin de semana (¿cómo podrían contar las horas de un domingo privado siempre de esas mesas de madera?) en el que nuestro recorrido tuvo que ignorar el bar de Juan. La negación todavía es la salida predominante, todavía no concebimos el fondo de nuestro desencanto y es apenas una tristeza anticipada la que nos gobierna. La angustia domina nuestro sentir por los fines de semana que vendrán. Por ahora podemos engañarnos con que no fuimos a Bordeaux por nuestra cuenta.
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Iván y yo nos conocimos un sábado de mayo en Acero. Creo que nos encontramos allá dos o tres veces, más no. Después lo clausuraron y el bar alterno se mudó a Adrogué (no sé si todavía existe). Enseguida nos cambiamos a Kenk, quizás donde nuestra amistad se forjo, entre el florista y nuestra predilección por los personajes recurrentes de conversación extravagante. Kenk cerró en enero de 2006. A partir de entonces vivimos una etapa de transición entre Blackbird, Ravens (dos bares que eran otra cosa de lo que son hoy) y El Carguero. La tía (El Carguero), así como todo Burzaco, nos acobijó un tiempo intermitente, pero fue gracias al Duque que encontramos el nuevo hogar: Bordeaux.
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"Al tipo de la barra le pedí una carta y me dio un ancho de espadas", esa fue la primera noticia que tuvimos de Juan en boca del Duque, millones de momentos antes de que todo nuestro universo de relaciones nocturnas proliferará a partir de la constelación de ese bar. Al principio nos sentábamos en las mesas de abajo, una pequeña depresión de tres metros por tres metros cerca de las ventanas, con el tiempo la barra se hizo nuestro lugar. Juan se convirtió en el cantinero de nuestros sueños, una figura paterna señuelo y, sin pensarlo demasiado, en nuestro amigo.
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Un viernes o un sábado hasta hace una semana empezaba con la llegada espaciada de cada uno de nosotros (con algunas faltas esporádicas). Chops pesados, mesas pesadas, sillas pesadas, la mejor conversación, la música que nosotros mismos grabamos en un total de 7 cd's compilados. "Alabama song" se convirtió en nuestro himno. En los cumpleaños nuestro staff que siempre osciló entre las cuatro y las diez personas aumentaba hasta los 30. Cualquiera sabía que un finde a las 2 de la mañana estaríamos ahí.
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Ayer estuvimos en McNolo jugando rol y más tarde fuimos a una fiesta. McNolo se volvió casi tan inevitable como Bordeaux en los últimos meses, un boliche cada tanto no nos vino mal. Hoy fue la casa de Luján y luego Ludoviko, absurdamente transformado en un bar con luz y música electrónica. Recién a las 3 am con las luces apagadas y una banda de mierda nos quitó un poco la desolación. Largos momentos mirándonos, con la música tapando nuestros pensamientos del exterior pero nuestras miradas haciendolos palpables para los otros, sostuvieron la noche hasta el quiebre de la mina del gorro gris que yo comparé injustamente con The Shags.
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Comprendemos que esta dinámica no se sostiene. ¿Qué nos queda? ¿Mixo con su espacio reducido y rock nacional? ¿Blackbird, transfigurado hace tiempo en un borrador de Ravens, con música bailable y atestado de gente? ¿Explorar Tahití o algún bar motoquero? ¿Resignarnos al medio gusto del nuevo Ludoviko? ¿Revivir la transición de la tía en su incomodidad burzaquense? Estamos desterrados en una ciudad que perdió sus bares fundamentales: aquellos que cobijaban borrachos dispuestos a confraternizar con cualquiera y que consentía constantemente.
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Creo que lo único que nos queda es ceñirnos a la simpatía que ultimamente nos generó El viejo correo. Más allá de la música más fuerte y la concurrencia de una clientela más adolescente, mantiene algo del orden de Bordeaux, una suerte de atmósfera local, diferenciada del anonimato o la superficialidad extrema de cualquier otro bar. Creo que detestamos la despersonalización generalizada de los demás lugares para pasar la noche, ese tiempo de lo nimio y lo eterno que formamos como nuestra fuente de experiencia vital. Aunque todo cambie supongo que la mística de todas formas va a perdurar, un bar nos juntó para siempre. Ahora tenemos que encontrar la forma de sobreponernos al desarraigo.
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Personalmente atravieso (verbo topográfico indicadísimo) una crisis de los espacios y el golpe de Bordeaux no se me puede atenuar. Siempre fuimos concientes de la función predominante que cumplía Bordeaux en nuestra vida (presumiblemente inverosimil para el lector de esta página) y siempre temimos el fin del regocijo semanal; sin embargo la catástrofe siempre es inesperada y la pesada liviandad de lo real nos mantiene en vilo, sabemos que Juan abre un bar en Mendoza y que nosotros nos vamos a comer la cabeza en la ciudad tercera. Termino esto cuando mi tío me pide un vaso de agua y de reojo se me asoman los relámpagos por la ventana. Durante todo este tiempo no dejé de preguntarme a dónde ir, sabiendo que nuestro destino no incluirá un bar donde se puedan embriagar caracoles.
6 comentarios:
buuuu, desaparecen con bordeaux la fantasía de robar al oso (que también era alemán, o ruso?) y todos esos posavasos, algún dia...
=(
El último día, yo volví a Bordó como 5:30 de llevar a Ro.
Estaba todo apagado, pero Juan me abrió, sobre todo porque parte de ustedes inadaptados sociales había dejado una deuda de 70 mangos.
Si hubiera sabido que era el adiós...
Ya no hay nada que nos apegue a zona sur.
Es hora de mudarnos a capital.
pablo, es la reflexión más inteligente y apasionada que escuché sobre este tema
hagamonos a la mar
Sí, pero meses después veo que la sensatez de esas palabras nunca surcaron la 9 de Julio...
Me engancho tarde... como siempre...
"En los cumpleaños nuestro staff que siempre osciló entre las cuatro y las diez personas aumentaba hasta los 30."
Se me pianta un lagrimón... como siempre...
Siempre me gustó "Otras cosas..." aunque ahora fue triste leerlo!
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