Acá está toda "¿Querés Turrón?".
"¿Querés Turrón?" fue una revista digital, ultra pendeja, medio bizarra y bastante gasolera, que llevé adelante con amigos entre Agosto de 2005 y Abril de 2007. 10 números salieron de esa aventura. La semana pasada la encontré en un back up viejo y me pareció que la tenía que poner en algún lado (ya hace años dejé de pagar el hosting y ni siquiera renové el dominio de nic.ar la última vez). Algunas veces me había planteado volver a subirla. El freno principal para no haberlo hecho antes fue que casi todo lo que escribi ahí (como casi todo lo que hice entre los 18 y los 20 años, supongo) es un quemo. Quizás ahora, a más de 6 años de la última vez que salió, me resulta más fácil aceptar con cierta condescendencia la ingenuidad de esos años.
También habría que entender algunas cosas para hacerle justicia.
Sí, eramos jóvenes y debemos ser perdonados por ello, pero también hay que pensar en el estado de internet durante esos años. Hoy hay un montón de revistas culturales en formato wordpress que publican crónicas, reseñas, notas de interés general, con trabajo de investigación más o menos serio, buena prosa y onda. En 2005 en cambio la escena de internet la dominaban un montón de sitios feos, muy irregulares tanto en su periodicidad como en su contenido, y, sobre todo, más o menos aburridos. Aunque en su defensa hay que decir que canchereaban mucho menos. El blog era la nueva diva, pero todavía no estaba llegando a su pico de popularidad ni por asomo, y ciertamente no ofrecía las mismas posibilidades estéticas que estas revistas digitales querían explotar. Me parece que la idea que teníamos los que sabíamos algo de html y alguna vez habíamos armado una publicación escolar era que pagando dos mangos de hosting y laburando un rato se podía estar en la web y hacer cosas. Cosas que con el papel no se podía. Entonces la revista digital se transformó en una doble posibilidad: por un lado no tener que salir a fotocopiar fanzines (supongo que es lo que hubieramos hecho de haber nacido 5 años antes) para 20 o 30 que lo compren sino ponerlo gratis a disposición de todo el mundo; y por el otro ponerse a explorar las posibilidades lúdicas del diseño en html. Los cuelgues, los secretos, los botoncitos, eran boludeces fruto de la novedad del lenguaje, si se quiere. Más o menos grasa, más o menos poético, eso fue rápidamente percibido como la marca registrada de la revista y, en una época en que no había Facebook ni Candy Crush, había lectores (casi todos amigos de amigos) que por esa razón esperaban que les llegue el mail spammeando la salida del nuevo número.
También hay que decir que mucha de la precariedad de la revista, que era mucho más pretensiosa pero también mucho más berreta que otras, se debía a que yo no tenía internet en ese momento (conocí la banda ancha recién a principios de 2006, después de 5 números). Hacer QT entonces, demandaba que yo hiciera todo el sitio en Dreamweave, que produzca la mayor parte del material gráfico haciendo collages con mis propios archivos, para después meter todo en un diskette de 3 1/, ir a un ciber y desde ahí subir todo al host. La cosa se puso más complicada cuando se rompió mi monitor Sync Master y veía cualquier cosa por colores. A pesar de todas las dificultades, las ganas se sobreponían.
La voluntad de QT fue hablar básicamente de todo lo que nos apasionaba, pero con mucho humor, con un tono de entrecasa, o mejor dicho, con el tono con el que un amigo medio payaso se maneja en una reunión en tu casa. Ese tono fue el disparador de la idea de hacer una publicación y las mayores inspiraciones que yo personalmente siempre tuve fue la revista 4 Segundos, un mítico comic de los 90s, aunque no tanto la historieta en sí misma como el material extra que venía al principio y al final de cada número; y la revista Lazer (animación, comics y la corrupción del mundo!).
Hay que decir que antes de esta versión hubo otra todavía peor que salió en 2004, único número. Yo todavía estaba en el secundario. Yo había escrito un editorial muy mersa, una sección descaradamente copiada del "No podés" de la ya mencionada Lazer, una crítica nerd completamente rabiosa de las pelis de El señor de los anillos y un ensayo sobre la piedra movediza de Tandil (éste último sería refritado más adelante). Mi amigo Caco había escrito una "nota" casi ilegible que era más un post de fotolog que otra cosa. También escribió un texto Nahuel Lag, en ese entonces flamante compañero de banco. Vueltas de la vida: hoy es periodista y pluma frecuente de la revista NaN y el diario Página/12 pero supongo que yo publiqué su primera nota (chantaje incoming). Iván prestó un cuento estupendo que ahora él ni debe tener una copia (yo sí). Todo el material que redacté lo hice canalizando en escritura la líbido incontrolable de un pendejo loser en el último año del colegio, nadie tenía puta idea de lo que hacía, pero, che, estamos en internet y no es un geocities! No hubo segundo número.
Pero casi un año después, por insistencia de Julieta, y sobre todo por su voluntad de colaborar, insistí en ese proyecto deforme. Los primeros tres números los hicimos Julieta y yo, con ayuda de Iván. Se nota bastante. Ju inauguró la sección Poemática, la más firme de toda la publicación. Iván asistía técnicamente y, muy importante, era el que tenía cámara digital (hay fotos en la revista que fueron sacadas con cámara de rollo, reveladas y escaneadas!). Seudónimos y notas sin firmar borran un poco las huellas de mi soledad en esa redacción febril de esos números MENSUALES. Tres no podíamos hacer una revista, pero hacíamos como que sí y más o menos andaba. Con el cuarto número sumamos un nuevo redactor y la cosa empezó a tomar color: la columna del hipocondríaco, escrita por el bibliotecario de mi ex secundaria, mi profesor de taller literario, mi amigo, Pablo. En el siguiente se sumaria Matías a escribir sus desenfadadas y anticaretas críticas de cine y a partir de ahí vendrían algunos colaboradores más (Ezequiel Acevedo, Clara Sabat, seguro olvido a alguien). La mejor formación (?) fue la del último número, el único para el cuál hubo una reunión de staff, un esfuerzo de producción considerable y un rediseño no tan asqueroso. Se sumó Ailín para ayudarme con SIMIOS y Guada para prestarnos sus increibles fotos. Pero hizo falta que la cosa se pusiera un toque menos amateur para que todos colgáramos y la revista nunca más vuelva a salir.
En ese poco más de año y medio que la revista salió hubo un público fiel de amigos y conocidos que la bancó. Todavía atesoro muchos mails con devoluciones cariñosas y sagaces, cosa que no está mal releer a diferencia de mis editoriales, que me dan bastante vergüenza propia/ajena. Más increíble aún, algunas personas que llegaban de forma completamente azarosa a la web se llegó a enganchar, al punto de escribirnos mails considerablemente extensos (aunque de esos había más hace 6 o 7 años, bah, yo por lo menos hace mucho que no recibo ninguno). Mucha gente me siguió preguntando, pasado un año y más, cuándo iba a salir el #11. Todavía más loco: cuando el año pasado se publicó mi libro de poesía, un flaco que de casualidad cayó en la casa editorial se lo compró y le comentó eufórico a Juan, el editor, que me conocía de una revista web (que no puede ser sino ésta).
Así que hay tantos buenos recuerdos y la pasamos tan bien haciéndola que, a pesar de que efectivamente sea un quemo, vale la pena darle el gusto a los escasos pero agradecidos seguidores y poner este .rar para que lo bajen y naveguen QT en sus casas (además del post nostálgico, por supuesto). Lamentablemente faltan algunos archivos (más que nada imágenes aunque también, lo más lamentable, el artículo de cine de Clara) y la evolución de los browsers hace que muchas cosas se vean aún peor de lo que ya se veía y que muchos de los easter eggs originales ya no funcionen. Pero no todo son malas noticias (?), como bonus track esta colección trae la inédita última columna del hipocondríaco, que el señor P. P. me entregó para el #11 y jamás vio la luz hasta hoy.
En 8 años, cuando los proyectos de hoy me parezcan una pendejada, lo único que no va a haber cambiado, parece, es la vocación indie, que viene desde pibe.
lunes, 23 de septiembre de 2013
viernes, 7 de junio de 2013
Gritar
Mis viejos nunca me levantaron la mano, siempre que me tuvieron que cagar a pedos me mantuvieron a raya con la potencia de sus gritos. Mi vieja es gritona. Mi viejo es super tranquilo, por eso el grito de mi viejo era como cuando Shaka abre los ojos. Como resultado de una crianza efectiva odio los gritos y me pone muy nervioso cuando la gente levanta la voz en una discusión. Por tanto, como no puedo fajar a mis alumnos y no quiero levantar la voz, trato de cagarlos a pedos mediante técnicas disuasivas como "les voy a dar tarea y les va a caber", "cada día que se portan así agrego una pregunta al parcial", todo dicho con la mejor voz de pancho. Trato de no cumplir con esas amenazas, porque no quiero ser gorra y porque (honestamente) implicaría laburar más por el mismo sueldo. A veces lo cumplo, no obstante. De todas formas, como la mayoría de los docentes sabe, esta estrategia eventualmente deja de surtir efecto (sobre todo con los grupos menos razonables) y, previo quedarse de brazos cruzados esperando que hagan silencio solos y golpear el borrador contra el pizarrón, uno no tiene más alternativa que gritar. Yo tengo una voz muy potente y grave, no hay forma que puedan pasar por encima de mi grito cuando la uso en su máximo volumen. De hecho fue bastante sorprendente para mí descubrirme capaz de llegar a esos decibeles. Cuando recurro al grito mis alumnos suelen recular. Se quedan callados y se enderezan, movidos por un repentino miedo animal muy explicable. Pero gritar me hace mierda. No físicamente sino emotivamente: me pone susceptible, intolerante, vulnerable. No grito porque me saco, me saco porque grito. Gritar es un final blow que me consume HP.
sábado, 25 de mayo de 2013
Discurso: 25 de mayo
Tuve que escribir unas palabras para el acto del 25 de mayo del colegio en el que trabajo. En solidaridad con el gremio, subo el texto acá para que Google guíe a mis colegas hacia él en actos futuros.
Cielitos
patrióticos
Palabras
para el acto del 25 de mayo
Prof.
Ezequiel Vila
Me
resulta difícil pensar en el acontecimiento que nos convoca a través
de las tesis filosóficas y las evidencias de la historiografía.
Quizás sea porque de esa manera no estaría en mi área de
especialización, quizás porque considero que el destino de los
hombres escapa a todos los tejidos de causas y consecuencias que
podamos formar. De todas maneras, y afortunadamente, la memoria nos
ofrece una vía alternativa hacia el pasado que no es la de los
hechos, los documentos y las certezas sino la de los relatos, las
voces y la imaginación. La historia y la literatura son dos caras de
la misma moneda, pero mientras la primera se circunscribe a lo
manifiesto, la segunda nos obliga a ir hacia lo subterráneo. No
quiero desmerecer a los patricios que vieron la oportunidad de gestar
esta patria, a unas cuadras nomás de acá, hace más de 200 años,
pero no voy a hablarles de próceres y actos de gobierno sino del
pueblo y de su poesía. Quiero hablarles del primer pueblo argentino
y de la primera vez que cantó.
Probablemente
ninguno de ellos estuvo en la plaza el 25 de mayo de 1810, pero
adjudico la invención de la patria a los gauchos, los mestizos, los
soldados que dieron su vida en las luchas de independencia. Ellos
hicieron que una rebelión oportuna, meritoria y justa, pero porteña
al fin, se convirtiera en una reivindicación común, un deseo
colectivo, una causa nacional. Los gauchos dieron al republicanismo
bonapartista y al ideal romántico el idioma latinoamericano y el
acento telúrico. La lucha en las vastas llanuras de América no
podía tener la tristeza del Hyperion de Hölderlin ni la
solemnidad del romanticismo europeo en general. Necesitaba de la
provocación y el humor que los soldados cantores diseminaron en los
campos de batalla con sus cielitos patrióticos.
Bartolomé
Hidalgo fue un huérfano, pobrísimo, venido de la Banda Oriental,
soldado desde los 18 años, miembro desde el primer año del ejército
de la revolución, que compuso y puso por escrito la mayoría de los
cielitos y diálogos patrióticos de los que nos quedan testimonio,
verdaderos cantos de guerra que las tropas se pasaban alrededor del
fogón en los campamentos para animarse. ¿Qué otro tenor puede
tener la identidad patriota en América si no es la de los versos que
aparecen, por ejemplo, en el “Cielito contra el Manifiesto de
Fernando VII”?
El conde cree que ya es suyo
nuestro Río de la Plata:
¡cómo se conoce, amigo,
que no sabe con quién trata!
En política el Rey es diablo
vivo sin comparación,
el reino que le confiaron
se lo largó a Napoleón.
Para la guerra es terrible
balas nunca oyó sonar,
ni sabe qué es entrevero,
ni sangre vio coloriar.
Lo lindo es que al fin nos grita
y nos ronca con enojo,
si fuese algún guapo... ¡vaya!
¡Pero que nos grite un flojo!
(“Cielito contra el Manifiesto de Fernando VII” - Bartolomé
Hidalgo)
¿Quién
puede escuchar estos versos burlones y orgullosos y dudar que no
provienen de un pueblo que nació para ser libre? Estos cielitos
repletos de provocaciones, chanzas e insultos, no se limitan a
proclamar la emancipación y la soberanía sino que están
concebidos, ante todo, para ridiculizar a los enemigos. La patria se
contagió con la necesidad de recordarle a los españoles que éramos
libres y que éramos mayores, que ya no mandaban en el Río de la
Plata, que habían corrido en Maipú, que hablaban en un español
colonial y ceremonial que ya nada tenía que ver con nuestro criollo
risueño y desfachatado. Para estos hombres la conformación de la
patria es la oportunidad de que la identidad sea el caballo, la
llanura, el cuchillo. La patria es la promesa de ser ellos mismos con
la frente en alto, la oportunidad de vivir entre iguales. Seguramente
la patria fue una idea intelectual, pero el pueblo rápidamente se la
apropió.
Pero si
el cantor respira la libertad para burlar al extranjero también se
siente habilitado para criticar el proceso desde adentro. Las
tensiones que un poeta oficial jamás podría recuperar se encuentran
representadas en varios diálogos patrióticos, suerte de payadas a
contrapunto que recorren junto a los cielitos las tiendas de campaña
y las pulperías. La conciencia crítica que recién podremos
encontrar en los intelectuales nacidos durante la revolución (como
Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento), encuentra un
precedente en versos como los que siguen:
De los años que llevamos
de nuestra revolución
por sacudir las cadenas
de Fernando el balandrón:
¿qué ventaja hemos sacado?
Las diré con su perdón:
robarnos unos a otros,
aumentar la desunión,
querer todos gobernar,
y de faición en faición
andar sin saber que andamos:
resultando en conclusión
que hasta el nombre de paisano
parece de mal sabor
(“Diálogo patriótico interesante entre Jacinto Chano, capataz de
una estancia en las Islas del Tordillo y el Gaucho de la guardia del
Monte” - Bartolomé Hidalgo)
Quiero
cerrar estas palabras con una anécdota sobre esa canción que
escuchamos hace un rato. El 25 de mayo de 1812, Luis Ambrosio
Morante, en palabras de todos un “mulato, gordo y feo” epítetos
que no le impedían ser el actor principal de la naciente escena
teatral porteña (algo solo posible después de la Revolución, por
cierto), escribe y protagoniza la obra “El 25 de Mayo o Himno a la
libertad”. Con música de Blas Parera, la obra finaliza con un
poema escrito por el mismo Morante. En las gradas de esa
representación se encontraba el abogado y político antisaavedrista
Vicente López y Planes, quien, conmovido, escribe esa misma noche
los versos que siente que le faltaron a esa canción:
- Sean eternos los laureles
- que supimos conseguir:
- coronados de gloria vivamos,
- o juremos con gloria morir.
- La asamblea del año 1813 le encargará la composición del himno nacional. López y Planes convoca a Blas Parera y escribe en perfectos decámetros una nueva letra para esa marcha triunfal oída en el teatro. El himno, conocido entonces como “Canción patriótica” se canta en las tertulias de Buenos Aires. Pero no tarda en volver a las masas. Este es el testimonio de uno de los tantos viajeros ingleses al Plata, durante la década de 1810:
- Por la tarde, nuestros compañeros, después de beber un vaso de algo estimulante, rompieron con una de sus canciones nacionales, que cantaron con entusiasmo como nosotros entonaríamos nuestro ‘Hail Columbia!’. Me uní a ellos en el fondo de mi corazón, aunque incapaz de tomar parte en el concierto con mi voz. La música era algo lenta, aunque audaz y expresiva... este himno, me dijeron, había sido compuesto por un abogado llamado López, ahora miembro del Congreso, y que era universalmente cantado en todas las provincias de El Plata, así en los campamentos de Artigas, como en las calles de Buenos Aires; y que se enseña en las escuelas como parte de la esencia de la educación de la juventud...
- (Viajes a América del Sur - Henry M. Brackenridge)
- Si el pecho de los viajeros, inflamado por la caña, busca las estrofas del himno nacional como la mano sin darse cuenta busca la botella, creo yo que es porque López y Planes encontró en esos últimos versos la esencia de la causa patriótica, la insignia que solo puede llevar un pueblo orgulloso y guerrero, algo que solo puede decirse un hombre decidido a salir al campo de batalla: ¡venceremos “o juremos con gloria morir”!.
miércoles, 20 de febrero de 2013
Ayuda
«La innovación narrativa más importante de la historia -y, por qué no, de la prehistoria- la introdujeron los ingenieros de Microsoft en la forma de un clip animado que, cuando uno empieza a escribir un ensayo sobre árboles y dependencias sintácticas, salta y dice algo como: "Usted está por escribir una carta de amor, ¿necesita ayuda?". La tentación a decir que sí es muy fuerte, casi obvia, y explica la ausencia de combates teóricos en las últimas décadas.»
Me lo escribió en Facebook hoy Augusto Trombetta. Me pareció lo suficientemente genial para subirlo acá sin pedirle permiso.
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